Ese oscuro lugar llamado Ética...


El preguntar es la actividad fundamental del filósofo. El preguntar por el “por qué”, por el “cómo”, por el “qué es”. En el preguntar la filosofía encuentra un acontecimiento emocionante, como diría Martín Heidegger. Nuestra tarea, nuestra primerísima tarea, cuando estamos hablando de Ética, es preguntarnos por sus problemas. Es, por lo tanto, transformar toda la Ética en un dilema. Es lo que intentamos la clase pasada.

La pregunta que parece haber sido fundamental es la que interroga sobre el bien y el mal, sobre su variación y su afección por aquello que llamamos tiempo.

La palabra “Ética” tiene su origen en el término griego ethos, que en un primer momento aludía a un lugar donde habitar. La palabra se transformó con el paso del tiempo y designó un “modo habitual de ser”, que es un modo habitual de co-existir. De ser con los otros; de habitar un lugar con los otros. En Aristóteles el ethos ya tiene que ver con el carácter. Aunque el término ha ido adquiriendo nuevos significados, siempre remite a su referencia originaria; un lugar. Y un lugar donde habitar. Como todo habitar supone un construir, un “erigir”, pienso que la Ética es un lugar que el hombre ha querido construir.

Pero, ¿cómo ha construido el hombre ese lugar? Mediante los mitos fundantes del pecado. El pecado parece ser ese estatuto ontológico que nos hace vivir éticamente, que nos hace habitar en un “ser-en-el-pecado”, y que nos provoca la culpa. El hombre, desde su arrojo del Paraíso, es pura culpa de un pecado originario. El pecado es el que funda, el que verdaderamente nos cruza. Somos la angustia de una caída viviendo en el pecado. Participamos de una sensación de finitud que asociamos al castigo a través de aquel mismo pecado originario.

Adán y Eva fueron expulsados por desobedecer. La obediencia es lo esencial en la fe, la misma fe con la que Abraham se dispuso a sacrificar a su único hijo Isaac, la misma fe con la que más tarde San Pablo borró las parábolas del cristo judío y las reemplazó por la divinidad absoluta en nombre de su empresa “leninista” de fundación de la Santa Iglesia.[1] La fe amerita, para Kierkegaard, una “suspensión teleológica de la moral” entendida esta como “moral general” como ley para todos los hombres. El pecado más grande es desobedecer a Dios. ¿No hay en ello una violencia? ¿No hay en toda ley un fundamento a partir de la fuerza? La Ética de occidente, que es la Ética que se desprende del pecado original, fundador de nuestro “ethos”, es una Ética de la obediencia y la jerarquía. La ley es impersonal, es inmanente. Está en todas partes: es como Dios.

La palabra divina dice que todos seremos juzgados. ¿No significa este “todos seremos juzgados” una sujeción del hombre y del ser, de su “ser-en-el-mundo” al juicio final? ¿No significa esto un “poner entre paréntesis” la vida humana sujetándola a un ineclutable juicio total y apocalíptico? Al decir; “todos seremos juzgados” decimos “todos estamos sujetados al futuro jucio de Dios”, a su Ley. Ese “estamos sujetados” es un estar sujetado al telos de la historia humana, que es el telos también de su relación con la historia divina, que cabría preguntarse si es propiamente una historia. El Juicio final es un determinismo del ahora, del que soy, por el pecado y para el pecado.

¿De qué habremos de disponer para existir en una relación ética que nos sea común?; ¿En qué ethos entendido como lugar, como modo habitual de ser, hemos de habitar y construir para olvidar el horror que intuitivamente nos provoca el mundo, la angustia, el arrojo, la caída? Se me viene a la mente una idea muy fascinante de un hebreo, como Cristo, pero viviente de estos siglos cargados de guerra, y desgarrado en carne propia con la muerte en escena: “El ahí del ser-ahí es un mundo que no es el punto de un espacio geométrico, sino la concreción de un lugar poblado donde los unos son con los otros y para los otros”.[2]


[1] Slavoj Zizek ocupa este adjetivo de “leninista” para San Pablo. La empresa paulista es análoga a la del revolucionario ruso: Ejecutar el marxismo como palabra final; al igual que San Pablo con Cristo.

[2] Emmanuel Lévinas. “Morir pour…” en “Tres textos sobre Heidegger”. Editorial Metales Pesados, p. 43. Traducción de Alejandro Madrid-Zan.

jueves, 10 de abril de 2008

2 Comments:

Fernando Sagredo said...

Cuando leí el "leninista" en medio de todo lo que ya habías escrito, pensé que te había dado un ataque marxista, convulsiones en medio de la escritura, quizás el inconciente te había traicionado y te jugaba un giro freudiano. Eso porque el original que me enviaste no tenía pies de páginas, o por lo menos no los ví, pero ahora que miro detenidamente tu escrito, lo que te decía respecto a Slavoj cobra un poco de sentido. Las licencias de ese señor son muy amplias. Mira tú que etiquetar una actitud de comienzos de nuestra era, con apelativos provenientes casi dos milenios más tarde. Eso en historia se llama anacronismo o de plano, irresponsabilidad. Está loco wn, yo te digo, ese tipo está loco al igual que todos los que le siguen el pulso a Freud y Lacan. Sólo lee el sublime objeto de la ideología; el tipo es un comparatista innato.

Bueno yo sé que los historiadores tienen serios problemas axiológicos, de hecho, pueden estar centurias discutiendo en torno a la viabilidad de llamarle al latifundio chileno del XIX "feudalismo criollo", pero Slavoj rompió todos los esquemas. ¿Qué pensará San Pablo de su leninismo wn?

Claudio Aguayo said...

Y por qué Deleuze habla de los cínicos como "corto-circuito", cuando el "corto-circuito" sólo es una aparición reciente?...Habría que retomar ahí a Hegel, y decir con él, que la historia es la historia de un "espíritu objetivo", la historia de un concepto y su desenvolvimiento, y que finalmente, el búho de minerva sólo abre sus alas al atardecer?...la filosofía es una loca creación de conceptos, como dice Deleuze en su curso sobre Leibniz...

 
escrito en el trigo - Wordpress Themes is proudly powered by WordPress and themed by Mukkamu Templates Novo Blogger