Lévinas y la ética Made In Israel

La óptica estudia las manifestaciones visibles. Lo que, en fin, se manifiesta y se ve o se puede ver. Que algo sea una óptica significa que es una manera de ver. Nuestros ojos son nuestra percepción, nuestro medio para que tal manera de ver se haga efectiva. Para la filosofía, la óptica por excelencia, a lo largo de su historia, ha sido la ontología. La ciencia del ser, o del ente. Conocer el mundo, entenderlo, como un mundo exterior al yo que soy. Un mundo que es exterioridad frente a mí, que es un objeto (para mí, o en sí mismo). Que la ontología haya sido la óptica por excelencia en la filosofía quiere decir más o menos dos cosas: (1) Que nuestra forma de ver el mundo es a través de la ontología y (2) Que esa ontología presupone un Yo que ve. El Yo cartesiano.

Lévinas se propuso trastocar la óptica primordial de la filosofía. La ética, dice, es una óptica. Una óptica que es antes de la ontología. El pensamiento socrático (y todo el que deviene de él), definió la filosofía como “amor al saber”. Amor al saber es esencialmente ontología: es saber sobre el ente. Yo soy para saber sobre el ente, para reducirlo a lo cognoscible, a lo que es fuera de mí y puedo aprehender, preguntar.

Por este primado, el mundo, en ciertas filosofías, queda reducido a un Todo. A un Todo orgánico, dialéctico, único. Ese todo, para Lévinas, es la consumación del egoísmo del Yo y su reducción del Otro al Mismo. Lévinas, hace aparecer, en su ética-óptica, al Otro como el hecho monumental que me funda, que me hace. Ser-en-el-mundo es ser para Otro. Buscando “la autenticidad en la que el acontecimiento de ser tiene lugar” Lévinas encuentra al Otro. El Otro responde a aquello que definitivamente no soy, a aquello anterior a mí que posee la jerarquía de lo infinito.

El Otro para Lévinas no puede ser reducido al Otro del género. Lévinas está cuestionando así nuestra noción de lo humano como especie e introduciendo una óptica de lo humano como alteridad absoluta, radical, irreductible. Yo no me veo en el otro, ni busco en el otro el fin de mi “amor a la sabiduría”. No quiero tampoco escarbar en el otro y destruirlo si se niega al Mismo, al Todo que quiero instaurar, aunque este Todo se halle compuesto en nombre del Otro. El género implica una reducción de la alteridad radical y absoluta en la que el Otro no es Yo. La relación con el Otro no es cognoscitiva, ni integradora, sino que es ética: la existencia del Otro implica una preocupación y un encargarse y a la vez un límite. Soy gracias al Otro. Por ello le debo “la vida”, por así decirlo.

Como alternativa a la severidad de lo auténtico, Lévinas propone la paz del amor al prójimo. Reconocimiento del Otro y en el Otro. Lévinas sustituye las categorías más tradicionales del conocer por sus categorías alteristas del reconocer: Tenemos el ejemplo del Rostro. El Rostro es el que me obliga a reconocer al otro. “Hay en el rostro una pobreza esencial. Prueba de ello es que intentamos enmascarar esa pobreza dándonos poses, conteniéndonos... Al mismo tiempo, el rostro es lo que nos prohíbe matar” dice Lévinas. Me pregunto: ¿Qué cosa más dolorosa que el rostro del Otro en el instante en que pretendo reducirlo al Mismo mediante la muerte? ¡No matarás!; e ahí un mandato esencial para Lévinas.

Acá tenemos a Lévinas. Todo en él parece constituirse mediante la ética. Una ética que no es valor universal ni Ley para ser transgredida, ni Norma. Aunque Lévinas adopta el propiamente hebraico tono de “mandato” en muchos momentos de su filosofía de la alteridad, su mandato no es un mandato propiamente dicho, como impuesto desde fuera, sino que es ante todo, un desprendimiento del acontecimiento de ser más auténtico en su pensamiento: El ser “con los otros y para los otros”.

La filosofía de Lévinas me propone una serie de laberintos en los que me encuentro insalvablemente atollado, encadenado. Me sabe a una cárcel de madera vieja y derruida en la que tengo que mirar la desnudez y la pobreza del rostro del Otro. La pobreza del otro más terrible y más insalvable. La pobreza de la frase magistral “Dios se olvidó de nosotros”. Si Dios fuera filósofo, nosotros seríamos su olvido en esta pobreza que yo imagino, perfilo en mi imaginación como una funeraria de leprosos. ¿Cuál es mi imagen, la imagen que percibimos en Lévinas? El campo de concentración, indudablemente. La pobreza judía.

Lévinas también pensó en un tercero. A partir de este tercero justificó la presencia del Estado que nos juzga. Por muy ético que este Estado parezca en su filosofía, no lo puedo conciliar con su filosofía del Otro. Aunque el Estado sea “mengua de la caridad” no puedo explicar que sea un Estado ético. El Estado es el poder que diluye al Otro integrándolo al Mismo (¿No es el Estado el peor de los Unos, de los Totales?), aunque sea para salvaguardarlo de su reducción al Mismo. Es la Ley inevitablemente, y toda Ley se funda en la universalización, en la totalización, en el procedimiento a través del cual dejamos de ser incalculables, infinitos, inmortales. En la Ley todos pasamos a ser en un mismo cuerpo, y sometidos a otro cuerpo jurídico. Entonces mi imagen, mi imagen única e indescriptible (insignificable) de verme frente a otro hambriento y desnudo en el frío de la otredad más salvaje y descarnada, se nubla.

El rostro se nubla. Esta es la respuesta que intento dar al atolladero en el que me ha metido Lévinas. ¿Cuál es la niebla que cubre al rostro? Es la niebla de ser un rostro castigado. Por el Dios, por el Estado, por la Ley. Es la niebla de ser un Otro transgredido en su alteridad absoluta y reducido al Otro-estigmatizado que no quiere ver rostros, y que no ve en el Otro sino enemistad. La antipatía. La niebla que cubre el rostro es la antipatía por el Otro. El Otro es mi enemigo por que estoy reducido a la subsistencia y mi forma de ser en el mundo es mi forma de ser en el pecado mortal del egoísmo; por que soy una ética del egoísmo, una “filosofía de la avaricia”.

“La inquietud por la muerte de otro pasa antes que la preocupación por si mismo” dice Lévinas. ¿Qué pasa cuando el rostro se nubla con la antipatía por el Otro? Lo más importante no es, definitivamente, la muerte de otro, que puede ser un país o un continente entero; lo más importante entonces es el “sí mismo”. El hombre del hoy es un ser en el ensimismamiento, pero no de su ser como autenticidad de la existencia, como develamiento de su singularidad, sino como “robo” de su singularidad. Esta es la segunda respuesta que encuentro al laberinto levinasiano; no es sólo que el rostro visible del Otro se nubla, también el Otro, en tanto ser, vive una existencia instrumentalizada. Puede perfectamente volverse una cosa, y su vida una propiedad de esa cosa que está-ahí en el sentido heideggeriano del término. Es la muerte de nuestra singularidad y el nacimiento de la serie, del hombre que es con código de barras.

La filosofía levinasiana no puede interpretarse como algo que ya es. La ética no es la óptica de la sociedad de la técnica acabada y pormenorizada hasta la anulación del “cara-a-cara”. La óptica de la nuestra época, es la anulación de las alteridades, la objetivación de lo humano en el poder asido en nosotros como hegemonía total, o dominación. Es la óptica de un pan-óptico.

Encontrándonos con la primacía ética que propone Lévinas, nos encontramos con un laberinto, un atolladero, una verdadera jungla de ideas que chocan frente a la verdad de las apariencias que en su multiplicidad de formas, jueguen o no el papel de lo Real, nos muestran que la preocupación de existir es primero en el mundo de lo Uno: la santidad viene después, o simplemente, no viene. ¿Y qué hay si los hombres olvidan incluso su preocupación de existir?, ¿Si la alienación y reificación colectivas se consuman y? ¿Y si estamos viviendo “Matrix” la película y somos títeres, una realidad virtual cuyo núcleo real es inextricable?

La ética levinasiana es profunda: Nos llega en tanto ética y no como Norma o Ley. Aunque no concuerde con la forma en que propone la aparición del tercero como tercero que juzga, como Estado, Lévinas SI nos da una verdadera “ética”. Esto es así, creo, por que es una ética construída desde afirmaciones como “La esencia del Dasein consiste en su existencia” y no en filiaciones universalistas a la razón de un Yo abstracto. Pero esa ética, en si misma, no nos saca de la Matrix.

Vuelvo a la imagen del campo de concentración y efectivamente; “hay en el otro una pobreza esencial”. Pero ellos mismos se han vuelto el que reduce al Mismo. Este procedimiento es uno de los más espectaculares de la historia. Aquella conciencia nacional alguna vez desgarrada, convertida en jabón para las pieles rubias y esparcida como una “tonelada de mounstroso dolor” (Zitarrosa) por los suelos fríos nórdicos, aquella misma idea de pueblo convirtió a su Otro más radical, a su Otro más desnudo, en una auténtica señal de la existencia aterrorizada de las bombas, atentados y destrucciones que llevan la insignia hebrea “Made In Israel”.

martes, 15 de abril de 2008

2 Comments:

Veronica said...

Levinas es una asignatura pendiente en mi formación académica... apelo a su buena voluntad para que me recomiende por dónde empiezo.

Gracias y un saludo.
V.-

Claudio Aguayo said...

Verónica:
Me da mucho gusto interactuar contigo, estuve mirando tu blog y se ve en él un proyecto interesante.
Sobre Lévinas, lo mejor para comenzar es "Morir pour..."...Es un texto que si puedes leer en francés, vas a entender mucho de él. Es cortiro (unas 30 páginas a lo más)...Ahora si no lees francés (como yo) tengo una traducción espectacular de un filósofo chileno, Alejandro Madrid, que estudió con Lévinas en París. También hay otra traducción en la página Heidegger en castellano, pero en general, no te la recomiendo.
Pienso que sería mejor ponernos en contacto vía mail para poder mandarte la traducción de Madrid.
Mi correo es: aguayo.borquez@gmail.com
También uso msn: caminoquempieza@hotmail.com
Eso amiga, cuídate
Sapere Aude

 
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