La contra-corriente; manifestación delictual y destrucción del capitalismo


Delincuencia, primera visión. Delinquir es tenebroso; es malévolo. Es sádico, es maquiavélico. Es esa negatividad destructiva que no se deja asimilar. Delinquir es buscar, en el flujo de maldad que constituye “lo tenebroso” frente a la normalidad del espíritu objetivo, un punto fijo, o más bien: un espacio de representación, de compresión de ese flujo de maldad. Es como el acto de “comprimir” y “dar forma” a ese otro lado del Demian de Hesse: de hacerlo un punto grueso, negro. En el dominio de lo Uno, de ese Das Man heideggeriano, parece que delinquir es una interrupción del dominio de lo que debe ser. En la música, podemos desarrollar una obra según los límites establecidos de la armonía; como en Bach, o en el romanticismo, o en el nacionalismo musical. ¿Qué pasa si, en ese todo armónico introducimos una nota distinta, diferente?, vamos más allá; ¿Qué sucedería si en una secuencia musical escrita en re mayor, y que cuenta con las notas fa, sol, fa, la (y todo lo que se pueda construir en una secuencia de re mayor armónica) introducimos un mi sostenido en tercera octava? Delinquimos: La armonía se ha visto afectada por un objeto volador no identificado, por algo distinto que es tan distinto que debe ser suprimido, o reacomodado, pero jamás asimilado. A menos que se quiera admitir ese punto que provoca el desorden, como algo inamovible, y por lo tanto positivo. Entonces aquello que molestaba al dominio Das Man, a aquel “paraíso” de lo armónico, es ya admitido y no sólo eso; experimentamos una suerte de resignación frente a su existencia. Nos acostumbramos a ella. Pero esa costumbre nunca se vuelve conformidad; nunca admitimos el punto delictivo como algo hermoso. Siempre miramos ese ahí como desprecio, siempre le tenemos cierto recelo, aunque sea inconsciente. Es un punto excrementicio por que expresa un desorden, un micro-caos que tiene pretensiones de transformarse en devenir de todo el proceso; pretende elevar el desorden a la categoría de orden, transformar lo a-normal en lo normal.

Hay un intento de explicar el delinquir como parte del sufrir cotidiano en medio de los tantos nudos de poder (económico, epistémicos, político) y como una consecuencia de ese sufrir. Este sería el intento de sociologizar la explicación del delinquir. Pero delinquir es un verbo y un punto negro que está más allá de una economía del delinquir; no es una distribución en un punto de la sociedad, sino que es un verbo absolutamente: Es un procedimiento delictivo, un acto delictivo; repudiable pero folklórico, abominable pero asumido. Y es que el delinquir no es sólo una trasgresión, no es sólo el traspaso de una barrera (algo así como el pecado paulista, que otorga conocimiento sobre la Ley). El delinquir un procedimiento finito, con lugar y fecha determinados. Y es un procedimiento realizado, forzado por alguien que, por un momento, lo posee como acto, lo expresa. El delincuente es ese individuo histórico que exige, según Derrida, que se le juzgue con lo incalculable. Sin embargo, su acto de delinquir es calculativo por excelencia. El delinquir nunca es un acto no-premeditado. Está siempre sujeto a unas lógicas, a unas intenciones.

Como dijimos que el delinquir (1) no es un acto puramente “trasgresor”, que arremete a la Ley-fuerza y que (2) es un verbo absolutamente, un acto delictivo forzado por alguien, deberíamos explicar: ¿Por qué el delinquir? ¿Qué serie de hechos sustancian al individuo como delincuente, que hacen que el delinquir sea para él su modo habitual de ser, su modo existencial por excelencia? Parece una pregunta por el origen del delinquir: En el origen está la esencia de algo, o por lo menos, la búsqueda dubitativa que debemos emprender para encontrar una esencia del delinquir. Partimos de una definición del delinquir. Ahora necesitamos un origen para entender por qué habremos de llegar a esa definición. Buscar un origen del delinquir no significa, sin embargo, que debamos hacer una historia de la delincuencia. Crimen, delito, son alias de la delincuencia. Alias es en latín decir de otro modo. ¿Querrá decir esto un encubrir? El término criminal es un encubrimiento al delincuente, aquel que realiza el delinquir. Un encubrimiento jurídico, por que lo jurídico es la neutralización del verbo; “la infracción de deberes jurídicamente establecidos”. Ello es lo criminal, lo delictivo. Pero no hay un verbo sobre el crimen, ni sobre el delito. Por lo menos para nuestra lengua. El delinquir supone una serie de alias acerca de él, y una serie de tipificaciones cuando hablamos del “delito”. Estas tipificaciones son hechas, típicamente (o tópicamente), cuando aceptamos el punto negro o la molestia del micro-caos como algo normal, cuando asumimos el objeto volador no identificado (de aquí en adelante, ovni). Necesitamos reducir lo anormal, o por lo menos, reducir su repercusión sobre lo real. Por que parece que en algunos casos (como en el del delinquir) la existencia de este punto negro, indeseable, molesto, es traumática: como lo real de Slavoj Zizek. Una existencia traumática que debe ser sometida a unas lógicas de diferenciación interna y externa: la criminología.

¿Tiene su origen el delinquir en la introversión nietzscheana? El hecho de que exista, antes que el Yo racional, un “devenir-loco” de la superficie-profunda (Deleuze, lógica del sentido), una animalidad arraigada (dionisiaca), un alegre suceder del mal como hecho no(r)-mal, del delinquir como asunto no delictual, y el hecho posterior de haberse introvertido, vuelto hacia adentro (como una endogenización) el mal como culpa, culpabilidad (Ricoeur), ¿delimita el plano en el que delinquir surge? O por lo menos; ¿Nos da una pista sobre el mentado origen?

Coninuará…

jueves, 1 de mayo de 2008

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