Hegel y la muerte


La errancia espectral es la errancia después de cierta muerte. Si el espectro asedia al espíritu, es porque el espíritu es cierta efectuación teórica de la filosofía de la muerte, el idealismo. Derrida dice; yo me quedo no-educado frente a la tarea filosófica por excelencia, definida por Platón: Aprender a morir. Si filosofar es aprender a morir, la muerte se yergue como “esa nada que tira”, y toda nada que tira es manifestación de un destino. El destino es una actividad absoluta o más bien, la absolutización de toda actividad vital en una actividad superior que centra-hacia-la-muerte: El destino siempre tiene el signo de la muerte, y cualquier superchería que acompañe su signo (los trasmundos que denunciaba Nietzsche) es la danza de los sepulcros. El destino suprime la cópula “y”, ya que su especial característica es ser un espíritu; brilla en la filosofía del fascismo (máquina de guerra suicida) la supresión de la cópula “y”, como también la exaltación del destino. “Raza y destino” se titula, precisamente, uno de los libros de Adolf Hitler.

“Y” que siempre quiere decir diferencia más allá del propio sentido que Derrida imprimió a esta palabra. Diferencia es vida porque niega la trascendencia de un Yo que suprime toda pluralidad (multiplicidad) de vida en nombre de una reducción. El ser-pensante hegeliano es el sujeto que convierte el objeto sensible en una noción, reduciéndolo a la “generalidad” del concepto. Como facultad humana, el pensamiento (Razón) tiene la espléndida tarea de determinar la indeterminación de la cópula “y”. “Esto y esto y esto” implica siempre que esto es otra cosa que esto y así sucesivamente. La intuición nominalista afirma esta verdad negando los nombres: materialismo es negación del ejercicio del nombre, que es la muerte de la diferencia. El acto de nombrar, como acto fonético-logocéntrico, es un acto que tiene por finalidad encubrir el hecho de que hasta las rocas tienen su testimonio singular, su “testificación histórica” (Benjamin). Al parecer nunca se ha filosofado demasiado sobre las rocas, y haría falta para mostrar que hasta ellas, que parecen no-testimoniales, silencio puro o apariencia igualadora, son signadas por la estructura de la differance. Las rocas, en efecto, realizan viajes. Hay que ver, por ejemplo, la estructura de las rocas metamórficas, que llevan la escritura de un desplazamiento aleatorio, imprimiéndose este en su piel, en su forma, en su organicidad general: Las rocas son cuerpos sin órganos.

La dignidad de la filosofía consiste en elevarse a lo universal y a las esencias: Hegel reivindica esa máxima aristotélica llevándola hasta las últimas consecuencias. El Yo es efectivamente la lejanía absoluta de la cópula “y” consigo misma, lo más vacío, pero lo más eterno. Que en la filosofía idealista siempre lo eterno pueda ser definido bajo la fórmula de “lo más vacío” (más vacío que todo), y que la libertad sea así lo más eterno por ser lo más vacío, quiere decir ante todo que el Yo es libre porque, como una bolsa de basura infinita, puede echar en sí (y-para-sí) toda particularidad y toda singularidad. Aprehender el concepto de algo particular quiere decir, en efecto, aprehenderlo bajo la forma del pensamiento absoluto y del Yo absoluto: quitarlo de su situación singular y luego enunciar la persecución de algo más absoluto, más general que la testificación histórica, que la huella y que la differance. Sólo por la reflexión nos liberamos del ser-sensible, individual, pasajero.

No se oye ni se ve lo general, porque no existe sino para el espíritu” (Lógica, I). No existe, entonces, sino en el espíritu, al que sólo se llega mediante la reflexión, que es no-empirista, no-nominalista. El espíritu es la muerte del estremecimiento aleatorio de los encuentros en una actividad absoluta superior. La verdad hegeliana es la verdad de la muerte porque el género se liberta de su individualidad por la muerte. Sólo la muerte de X podría lograr que el género que ella encarna (como su género comprendido en la noción universal) perviva. Más allá de la muerte, sigue existiendo el género. El género es pura afirmación de la muerte. La filosofía que niega los géneros y las especies debería, en cambio, conducir a la beatitud. Beatitud o conocimiento de las esencias singulares, más allá de las nociones comunes; un materialismo práctico es el que nos enseñó Spinoza. Si hay “conceptos”, o “nociones comunes” deben ser pensados aquí, en Spinoza, como nociones de la comunidad de esencias singulares.

Sólo si nos comunica con el espíritu, aquello que tenemos de singular nos sirve. Aquí está todo el embrollo del fascismo. Cuando Marx criticaba duramente a Lasalle presentar, en su obra teatral, a los individuos como portavoces del espíritu estaba criticando precisamente esta serie de individuos cuya única singularidad era la de ser comunicadores que están vueltos hacia el espíritu. Esta es el alma, definida hegelianamente. En una filosofía política idealista, por ejemplo, sólo puede haber hechos políticos hinchados con el “aura” del “alma”. “Aura” y “alma” son gramáticas distintas, pero que se necesitan mutuamente; el “aura” es una construcción estática de lo que es puro éxtasis barroco. El aura sólo puede ser en el seno del montaje como su método de construcción. Aura (burguesa) es; instauración de la gramática del personaje, de la relación que encarna el personaje (el personaje es la unidad de todas las determinaciones de una totalidad). Stalin es el estalinismo como fenómeno que explica una máquina compleja que excede, sin embargo (y esto es más que tangible), a la figura de Stalin. Si hablamos de “estalinismo” seguimos plegados a la filosofía burguesa, estatalista y aurática que el propio Stalin defendió. No por casualidad, uno de las más famosas personas vinculadas a esa máquina que se ha llamado “estalinismo”, definió que hay una máquina que hizo a Stalin (Trotsky). El alma tiene la forma del aura, en tanto es su encubrimiento aurático, o recubrimiento bajo una gramática propiamente cristiana fetichista. El alma de Stalin nos comunica con el espíritu del estalinismo, y el estalinismo es propiamente una construcción aurática. Lo que tenemos de singular es lo que nos comunica con el espíritu; Hegel necesitaba distinguir entre alma y espíritu, pero sólo para definir sus asedios mutuos.

lunes, 22 de diciembre de 2008

 
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