El criterio de la felicidad material, del derecho a la alegría (o más bien, del camino directo a la alegría.)

En Aurora, Nietzsche afirma que obrar moralmente no tiene nada de moral. A la moral nos podemos someter por miedo, por sumisión, por estupidez. Y también, habría que agregar, nos podemos someter por la fuerza de la ley, que opera desde una exterioridad apriorística y negativa, es decir, de forma idealista. La moral, en el último caso (vista como discurso idealista) es una especie de pre-entificación del acto. Es, además, profundamente conservadora. Así lo insinúa el mismo Nietzsche en El caminante y su sombra, cuando explica que la moral conserva la comunidad (es un medio para ello), mantiene sus cualidades. Miedo y esperanza influyen en ese proceso de “moralización” de la comunidad, de los individuos.

La moral tiene que ver con la construcción de un discurso sobre el bien y el mal. Así por ejemplo, obrar conforme al deber en Kant, a las máximas universalizables. O el bien y el mal cristiano, la determinación ontológica del pecado etc. La moral es siempre una práctica universal, una ética que sobrepasa los límites de cualquier existencia histórica: Por exelencia, es un platonismo. La significación pre-existe a la aparición del acto; de antemano, lo encontramos determinado según la oposición bien-mal. Una moral quiere decir, resumiendo: Un discurso suprahistórico para el control de los cuerpos. La pregunta que nos asalta es por la posibilidad de una ética que no se funde en sí misma, ni refiera a sus propios principios de veracidad. Por una ética que sea, en palabras del Toni Negri de La anomalía salvaje, una articulación “fenomenológica”.

Es Spinoza el que propone el cuerpo como un nuevo modelo para instituir la ética. Es el beneficio a una nueva ética que no habla desde una ontología representacional (moderna o cristiana), sino desde la propia tierra. Dejemos que hable la tierra, no los cuentos de hadas de la moral trascendental. Como un topo nietzscheano, Spinoza concibe la representación como algo de éste mundo, distribuído en la materialidad de lo existente. Más que una ética, Spinoza propone una etología. Más que efectuaciones o actualizaciones de una moral trascendente, la tarea es captar relaciones , velocidades y afecciones.

Se trata de un proceso análogo al de Nietzsche, aunque distinto en su operatoria. Mientras que Nietzsche propone una inversión genealógica, la inversión de los valores y al Súperhombre como meta, Spinoza es más bien un cartógrafo. Su ética es una gran obra de mapeo, de captar líneas (sustancia-atributo-modo), flujos e intensidades. “Desvalorización de todos los valores, principalmente del bien y del mal” dice Deleuze. Bien y mal son conceptos que no se han formado, diría Spinoza (o más bien, pretendo forzar aquí a Spinoza a decir algo así) según el Tercer género de conocimiento (el conocimiento adecuado), sino que más bien, han estado dominados por el influjo de la imaginación, que es finalmente, la incapacidad de captar adecuadamente las afecciones de los cuerpos.

Toda la moral contemporánea se basa en una representación a-histórica de lo que es bueno y lo que es malo. Kant, por ejemplo, construye múltiples caminos para encontrar el fundamento de la acción moral, y arriba en el deber. Pero, dirá Nietzsche, no nos hemos preguntado por la genealogía de ese propio deber. Hay en ello un olvido fundamental de la pregunta. Y entonces; ¿qué sucede con la alegría? La alegría parece ser el instinto, la inclinación que la moral debe reprimir o suspender en nombre de la propia acción moral. Suspensión y ofuscamiento de la alegría entonces, son aquello que la ascesis ha implicado en cuanto fenómeno histórico. Yo planteo aquí un criterio que no esté basado en los “clásicos” de la moral; planteo una noción materialista del acto ético. Spinoza se acercó a ello.

El filósofo judío-holandés señaló que la alegría era el aumento de la potencia de obrar y la tristeza su disminución. En cuanto un cuerpo nos afecta, aumenta o disminuye nuestra potencia de obrar. Es decir, se compone o descompone. Esta lógica de las composiciones nos recuerda inmediatamente al nominalismo (y el nominalismo es el primer paso hacia el materialismo) y su increíble filosofía de los cuerpos sin nombre, de la ausencia de universales. No hay composiciones pre-corporales, sino tan sólo composiciones entre cuerpos, capacidad de afectar y ser afectados. La ética materialista debe tener en cuenta este criterio terrestre, mundano.

Aunque dos páginas son escasas para problematizar una ética de la realidad material, creo que se debe partir por rescatar del olvido al cuerpo. En este mismo sentido, no hay que olvidar a Freud (manifiestación anti-represiva) ni a Marx (por la liberación total de los yugos sociales que exasperan al cuerpo.) En su trabajo sobre Spinoza, Deleuze señala “En Spinoza se encuentra sin duda una filosofía de la “vida”; consiste precisamente en denunciar todo lo que nos separa de la vida, todos esos valores trascendentales vueltos contra la vida, vinculados a las condiciones e ilusiones de nuestra conciencia” La filosofía de Spinoza es una filosofía en nombre del conatus essendi. Desprende muchas preguntas, que valdrá la pena responder a la filosofía contemporánea, que se ha vuelto casi un gusto por los lugares comunes en torno a los problemas éticos.

[1] En relación a los individuos que componen “el cuerpo humano” y sus modos de interacción, vease la prop 14 de la parte II, Ética, demostrada según el orden geométrico.

[2] Deleuze, Gilles. Spinoza: filosofía práctica, Fábula editores, Barcelona, 2001. p. 37

domingo, 17 de agosto de 2008

1 Comment:

Camila Mardones said...

.el camino directo a la alegría

algo así como un beso.

filosofía? el otro día comí un plato de eso.

 
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