Contribucion a una pequeña historia de (los discursos sobre) la esquizofrenia



1.- Tesis

Si bien es posible encontrar un saber médico (una ciencia médica) que ubica la esquizofrenia más o menos objetivamente, (es decir, que señala la esquizofrenia como esto y le otorga una normatividad fija) podemos ubicar un discurso sobre la esquizofrenia que opera no tan sólo en la base de este saber médico a la hora de medir: realizar la patogenia, la etiología, la sintomatología y las definiciones precisas de la enfermedad, sino que también tiene sus efectos prácticos en el seno de la sociedad. La esquizofrenia, en definitiva, es un discurso que compone tres partes: (1) un régimen de verdad – es, por tanto, un artefacto de poder y distribución de los cuerpos singulares y (2) un modo de producción del propio discurso, unas líneas que lo configuran y (3) un dispositivo: la esquizofrenia sirve para otorgar la categoría de “normalidad” a los ciudadanos y así impedir la proliferación de la locura. La esquizofrenia es también una función social, lo que no implica (hay que prevenir contra esta tentación) cuestionamiento alguno a la utilidad científica del concepto. Para ello debemos deslizarnos por el discurso clásico de la locura, pasando por el saber contemporáneo acerca de la esquizofrenia, y el llamado “esquizoanálisis” de Deleuze-Guattari.

2.- Elementos

El término esquizofrenia fue empleado por el psiquiatra suizo Eugen Bleuler. La noción es la fusión conceptual de dos palabras griegas: xizein-phren, que significan escisión y mente, respectivamente. Escisión de la mente. El desarrollo de una serie de investigaciones, por parte de Bleuler, lo condujo al rechazo de la noción clásica de la psiquiatría de su época: la demencia. Ambivalencia, asociaciones laxas, afectividad plana y autismo: tales eran los síntomas del objeto que se propuso definir (nominar) Bleuler. La esquizofrenia no tiene nada que ver con la doble personalidad ni con la depresión, trastornos que pueden ser producidos en una etapa pre o post-esquizofrénica, y cuyo objeto concreto de análisis rebasa el ámbito de lo esquizofrénico.

Locura, demencia.

Es sabido que la locura, como noción, tiene una existencia histórica bastante singular, definible. Más allá de sus acepciones en tanto concepto médico la locura tiene una función discursiva que supera a su objeto clínico. Se podría señalar, en primer lugar, que dicho objeto no ha sido siempre el mismo. Lo que define la locura lo define bajo unas determinaciones contextuales bien precisas. Por lo menos, durante la época clásica de la psiquiatría, la locura definía varios grupos de análisis: la demencia, la manía, la hipocondría, la histeria. Por lo demás, este estilo marca una política de inclusión-exclusión bastante precisa, que consiste en aislar al “loco”. El loco vive en el terreno de lo improductivo, y debe ser excluído en razón de su propia improductividad. La comunidad del trabajo aísla al loco durante los siglos XIII-XV en centros de hacer-producir. En definitiva, en lugares de encierro cuya característica es el manejo de la ciudad en torno a reglas de lo productivo. Este período está marcado por la asociación arbitraria entre locura y pereza: asociación que coincide con el incipiente surgimiento del capitalismo. Hay una ética bien específica que suministra el modo clave para la comprensión de este régimen de locos: la ética del trabajo productivo.

“En estos sitios de la ociosidad maldita y condenada, en este espacio inventado por una sociedad que descubría en la ley del trabajo una trascendencia ética, es donde va a aparecer la locura, y a crecer pronto, hasta el extremo de anexárselos”

La demencia debería aparecer luego con el surgimiento de los saberes psiquiátricos en tanto campos de saber específicos, desligados (separados) de la religión, la política-policía (durante el siglo XII los perezosos, ociosos y vagabundos eran un asunto de la policía – entendida como “buen gobierno”, y más o menos, seguirán siéndolo) y el resto de la medicina. La demencia tiene que ver, directamente, con los estúpidos. Los estúpidos no conocen la diferencia entre Razón y sin-razón. La razón de su estupidez es su propia irracionalidad. Incapaces de juicio, de lógica, los estúpidos son asociados a varias nociones: no-razón, no-verdad. Confusión, reunión de los elementos sin “designo” y sin “inteligencia”. Los dementes son convertidos en objetos de análisis y no se hacen esperar los análisis frenológicos: opresión del alma sobre el cerebro, cerebro demasiado pequeño, demasiado grande, incapacidad de tránsito, cerebros acuosos e inconsistentes. Mal clima para el desarrollo del cerebro, peso exagerado, excesiva ligerez. La demencia es la locura en la “pureza de su esencia”.

En la demencia se ciñen todas las formas de sinrazón posibles. El loco y el demente se indistinguen. Esta asociación del loco con el irracional, con el que no distingue entre real/no-real y se abandona a las fantasías, seguirá dominando la escena psicológica hasta nuestros días. La locura y la demencia, en efecto, son reforzadas discursivamente por el racionalismo que aparece con Descartes. El loco no es ya solamente el que no desea trabajar: aquel es perezoso. Su asunto no es aún clínico. El insensato, la larga noche de la insensatez, tendrá que esperar el surgimiento de una serie de seudo-ciencias: el análisis de los cerebros (como hemos visto), el racismo frenológico (influencia del clima) y la filosofía racionalista que aporta un discurso base sobre la “normalidad” que será aceptado hasta finales del siglo XIX, que es el siglo en el que las conminaciones pastorales al sexo, su lado prohibitivo, estalla en eso que conocemos como psicoanálisis, resonancia del nombre de Freud.

Esquizofrenia

Como objeto científico, la esquizofrenia también tiene que ver con una pérdida de conciencia de la realidad. Se sitúa también dentro de la economía de las demencias. Aparece asociada, de hecho, a una enfermedad psiquiátrica que durante el siglo XIX fue denominada “demencia precoz”. Una demencia antes de la senilidad que, obviamente, siempre ha sido relacionada con la vejez: véase al respecto el mal de Alzheimer. Como es lógico, la esquizofrenia sólo podía progresar, disfrazada bajo el nombre de “demencia precoz” diferenciándose de otros trastornos: la locura maníaco depresiva, los trastornos de personalidad etc. La demencia precoz era evidenciada por los indicadores de la ausencia de voluntad.

El término esquizofrenia sólo aparecerá, en efecto, con Bleuler. El propio concepto de esquizofrenia está hecho con un solo fin: distinguirla del concepto más laxo, menos preciso de “demencia”. Al final, la esquizofrenia demostró ser más frecuente de lo necesario como para ser calificada como “rara”, “singular” y debió crear su economía específica. Ruptura de la mente, disociación mental: de nuevo reaparece, en su definición primaria, el viejo fantasma de la distinción entre razón/sin-razón que operó en la base de las concepciones clásicas de la locura. Sin embargo, esta distinción entra, en el nuevo concepto-base de “esquizofrenia” a funcionar bajo unos límites bastante distintos.

(1) En primer lugar, la esquizofrenia es definida bajo una sintomatología y una patogenia mucho más precisas. En este ámbito, los avances científicos post-Bleuler son decidores: la esquizofrenia se subdivide en cinco tipos (paranoide, desorganizada, catatónica, indiferenciada y residual) que se miden según el grado de gravedad de la pérdida del sentido de realidad. Hay esquizofrenias paranoides cuya afección principal es el delirio de grandeza y el sentimiento de persecución, esquizofrenias desorganizadas que se sitúa en un orden del discurso (razonable), esquizofrenias catatónicas que tienen que ver con un estado similar al de la demencia senil y cuyos síntomas pueden ir a la incapacidad de controlar las necesidades biológicas básicas. Así también hay esquizofrenias residuales: a ellas podríamos denominarlas esquizofrenias de baja intensidad. Esta división de los distintos tipos de esquizofrenias va acompañada de procesos psicológicos del tipo “post”: depresión post-esquizofrénica.

Esta sintomatología específica de la esquizofrenia contemporánea está asociada a dos formas del discurso psiquiátrico que atraviesan todo diagnóstico (toda posibilidad de diagnóstico) de la enfermedad: la categoría de psicosis y “sanidad mental”. El primer concepto, psicosis, es heredero directo de la distancia que el discurso sobre la locura en la época clásica y moderna estableció entre razón y sin-razón. La psicosis se define, sin embargo, como pérdida de contacto con la realidad. De la psicosis se desprenden inmediatamente dos “estados mentales” muy importantes en el ámbito de la etiología y patogenia propia a la esquizofrenia. Estos estados son el delirio y las alucinaciones. Por otra parte, la “sanidad mental” hereda la vieja categoría médico-filosófica de “normalidad”. La sanidad mental es la ausencia de accesos psicóticos, psicopáticos, depresivos y demenciales. Es importante aquí resaltar cierta definición psicoanalítica de la psicopatía: un <> del principio de realidad con ausencia de superyo: en definitiva, un exceso de conducta sin moral, una suerte de vacío. La sanidad mental es, por tanto, definida por la negativa. Una definición puramente negativa de la “sanidad mental” posibilita que el concepto sea más o menos laxo y con baja consistencia propia. Es ello también lo que hace que la zona de demarcación entre sano/insano en el ámbito de la psicopatología, la psiquiatría y la psicología, sea bastante “telúrica”.

(2) Fuera de la definición del ámbito de lo psicótico como pérdida de la realidad, la esquizofrenia, en tanto psicosis, funciona bajo la lógica de la construcción delirante. Esta construcción es la que se muestra demasiado extraña al saber médico. En efecto, la ausencia de cualquier artefacto para descifrar el modo de escritura de un individuo, a nivel interno, (leer la mente) contribuye al ensanchamiento de este vacío del saber médico. ¿Qué se piensa, qué se dice cuando se dice y se piensa lo que piensa un esquizofrénico? Tenemos ejemplos de pinturas fabulosas de esquizofrénicos (más allá de Van Gogh) que muestran una sensibilidad específica en la que prima el fragmento, la capacidad para ver la división más allá de la articulación unitaria construida de manera arbitraria en el seno de los dispositivos de saber-poder occidentales. ¿Los aborígenes que comenta Levi-Strauss, son acaso esquizofrénicos?; al serles expuesta una película, ellos no se preocupan por la unidad narrativa del relato. A ellos les interesa un avión que interrumpe el conjunto lineal. Frente a una sensibilidad lineal, la sensibilidad multilineal. La llamada “construcción delirante” por la psiquiatría contemporánea (y por el psicoanálisis) representa el vacío de la propia situación de la psiquiatría y de la psicopatología contemporánea.

Algunas últimas palabras respecto a la enfermedad: el diagnóstico de la esquizofrenia se muestra como una labor relativamente comunitaria. No hay un examen regio, científico y objetivo que garantice el diagnóstico. Tan sólo hay una sintomatología y una patogenia relativamente difusas, que proceden por el descarte de otras patologías. Esto posibilita, no tan sólo el derecho a la duda en el ámbito del saber acerca de la esquizofrenia, sino también una declaración sumaria: la esquizofrenia tiene que ver con un orden del propio lenguaje (más allá del lenguaje “hablado”).

3.- Esquizoanálisis

El psicoanálisis de Freud había oscilado, en su análisis de las psicosis, entre la consideración de la “construcción delirante” como efecto de la causa “pérdida de la realidad” y la consideración de la propia “construcción delirante” como fundamento de una “pérdida de la realidad” (es decir, como un proceso más o menos indistinguible). Lacan re-sitúa este orden del discurso psicoanalítico diferenciando: la esquizofrenia y la paranoia son de órdenes distintos. La esquizofrenia, específicamente, es una esfuerzo del sujeto psíquico de imaginarizar lo simbólico. Esto quiere decir más o menos, que el esquizofrénico está inmerso en un tipo de comunicación directa con el fundamento del orden simbólico (del lenguaje). Para el esquizofrénico, más o menos, todo es símbolo. Está “atrincherado en una negación primitiva de toda identificación imaginaria”: Ruptura, por tanto, de las cadenas significantes. Vive todo como una simbolización. En el delirio, por su parte ello habla. El delirante es una puerta al inconsciente.

Ahora bien, será esta concepción del inconsciente como teatro la que criticará el psiquiatra francés Félix Guattari, junto a Gilles Deleuze, filósofo que revolucionó la escena intelectual de la época. El incosciente “como fábrica fue sustituido por un teatro antiguo; las unidades de producción del incosciente fueron sustituidas por la representación” . Esta sustitución tiene como característica primordial la reducción de todo problema psiquiátrico a la “trinidad familiar” (papá-mamá-hijo). Deleuze plantea superar este horizonte de representación por un inconsciente fábrica, maquínico. Este modo de inconsciente tiene como figura ejemplar el esquizofrénico. El esquizofrénico es quien experimenta el mundo como un gran proceso de producción, posibilita la destrucción de la separación hombre/naturaleza y hace aparecer una vida de pura inmanencia: “universo de las máquinas deseantes productoras y reproductoras” . Regreso a un tiempo improductivo de la pura producción primaria. El intento por descubrir al delirante en su mundo específico tiene que desprenderse de la lógica trinitaria del psicoanálisis. La esquizofrenia, en el discurso de Deleuze, es la posibilidad de una vida “no-fascista”. Deleuze y Guattari recuperan categorías atrapadas antes por la psiquiatría que ellos mostraron conservadora para la introducción a un nuevo modo de vivir, de existir e insistir en la vida.

viernes, 26 de junio de 2009

 
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