Traducción, diferencia, igualación


Los filósofos hegelianos suelen ser máquinas pavorosas. Aunque la operatoria de la filosofía de Hegel no es demasiado dispersa, multiplicativa, todo el mundo cave en ella de un paraguazo: la filosofía hegeliana pende por todas partes de esa categoría traga-traga que es la totalidad. De hecho, el mérito histórico de esa filosofía, de ese cuerpo hegeliano tan universal, es haber elevado al nivel de “punto de vista” a la categoría de totalidad. Que la categoría de totalidad, en la filosofía hegeliana, ocupe el lugar de un “punto de vista”, quiere decir que todo lo ente es aprehensible en esa perspectiva de totalidad, que el ser mismo es una totalidad y que los entes pululan en ella interactuando a través de la lógica concreta y abstracta de las contradicciones. Y por último, este punto de vista, incluye el hecho mismo de que la totalidad se desenvuelve, goza de un sentido: un telos como dirían los griegos. Sobre eso no hay dudas: Pero lo que nos presenta problemas es la pregunta típicamente marxista de cómo es que esa totalidad se desenvuelve, y cuál es el ente que actúa como negación y superación (aufhebun) en ella, o de ella.

Gentile era un hegeliano de tomo y lomo. Veía como posible, teórica y prácticamente, la absorción de cada partícula, de cada átomo en un solo momento representacional. La representación es aprehensión, por que absorbe, como toalla nova todas las cosas que hay a su paso. Lo terrible es cómo termina la toalla nova de Gentile una vez que ya se ha echado todo a sus micropartículas absorbentes, a sus máquinas de aprehensión y captura; la toalla súper-absorbente de Gentile es totalmente inmóvil. Así, por más heracliteana que pueda parecer una lógica de las contradicciones y las luchas internas que salen del concepto mismo, o de sus referencias concretas, hemos arribado a un mundo parmenídeo, igual a si mismo, que permanece inmóvil en la eternidad. La historia es eso, y es posible, como historiografía, por que se realiza desde un sujeto que conoce y que, conociendo, captura, aprehede, identifica toda alteridad, toda singularidad con su conocimiento, con su totalidad-historia. Si en Marx la historia es un continente, diferenciado, complejo, y por sobre todo heracliteano, en Gentile (que representaría algo así como un “otro tipo” de hegeliano) la historia es una totalidad eterna e inmóvil.

El proceso es claro. Lo ente en su totalidad existe en un perpetuo reconocimiento, en un continuo absorber la parte. En ese reconocimiento-absorción lo reconocido es superado. Lo no-conocido también es superado; en cuanto tenemos “noticias” de lo que ignoramos, ya lo estamos conociendo. Nada existe sin ese proceso de reconocimiento y superación que se realiza en el sujeto finito. Y así mismo, el sujeto finito no existe mientras no se identifica en ese proceso. “El Sócrates histórico – dice Gentile, con su positiva individualidad, entonces si que es aprehensible; pero solo en cuanto se le reconstruye como personalidad que revive en la nuestra y que, efectivamente, es la nuestra”[1]. Conocer es eliminar la alteridad. Reducirla.[2]

De todas las máquinas de engullimiento que descubrió Gentile, el Estado es la más fabulosa de todas. Romántico, excepcional, totalista y totalitario, el Estado es la encarnación de ese conocer total, de ese mundo donde las representaciones de lo ente llueven, se realizan. Nosotros, en tanto objetos de conocimiento del Estado somos perfectamente susceptibles de ser capturados por él, reducidos a él. Por que, como Sócrates, no solamente re-vivimos en él. Somos él. Es imposible poner límites a su acción, por que en tanto máquina de destrucción de la diferencia y anulación de los des-conocimientos, las ignorancias y las distancias, el Estado acontece como nosotros. Es nuestro destino: nada fuera de él.

Los alcances gentilianos del término “traducción” pueden identificarse claramente en este punto de vista, en esta óptica hegeliana traga-traga. Si el término “traducción” es traducción de una diferencia, entonces esa diferencia siempre queda traducida por medio de ese tercer término que es la propia operación identificatoria. “Lo concreto es la lengua en su unidad, en tanto que universalidad; lengua determinada por un proceso de desarrollo que no es otro que el desarrollo, o la historia misma, y siempre una lengua diferente, como acontece con todo aquello que vive y que, para vivir, se desarrolla”. Vivir es: Desarrollarnos en la totalidad, identificarnos con ella. En cuanto vivimos, nos identificamos con lo concreto, que es el proceso de unificación e identificación de la diferencia en una totalidad que acontece en un sujeto finito, la historia en tanto unidad inmóvil y eterna. La lengua en su unidad; eso es lo que más nos llama la atención de la filosofía de Gentile en su conjunto, esa es la parte gentiliana de lo que Gentile nos dice de la traducción. Pero inmediatamente percibimos este fabuloso desliz del filósofo fascista, el totalitario, el rufián traga-traga, el traficante de entes, el capital total de los conceptos.

Y es que Gentile dijo que la traducción es siempre la misma por que es siempre diferente. Si, es un procedimiento muy hegeliano. Algo es siempre “igual a si mismo” siendo sin embargo “diferente a si mismo”. Es la interpelación concreta de la segura abstracción del “igual a si mismo” o “A = A”.Y aquí nos encontramos con lo más increíble de todo: Gentile nos ayuda a comprender la soberbia del concepto traducción. Un concepto con aperturas monumentales.

Hay una pista fundamental para entender todo esto de la traducción: Los planos. Un plano es un piso que la filosofía ha levantado, una serie que ha inventado por medio de la aprehensión de distintos flujos. Pensamos la filosofía desde la óptica deleuziana, que es la óptica, en el segundo período (en que él mismo reconoce que ha abandonado la oposición superficie-profundidad de la Lógica del Sentido), de las mesetas, de los anillos que se entrecruzan generando un “clima propio”. Un plano es, creo, una especie de entrecruzamiento mayor de conceptos, mesetas, anillos etc. En este sentido, el plano es una subfilosofía, tal como los economistas hablan de “sub” definiciones (sub-inflación, por ejemplo), los planos son “sub-filosofías”, a las que se ha extraído algo, una parte, es decir, otro plano. Un plano posible: La ontología. El término traducción se introduce en muchos planos (no puedo decir que en todos) y es preciso, es una tarea, ver cómo actúa en cada uno de esos planos. En el caso de la ontología sus implicaciones son varias.

Posiblemente, la traducción sea un puente entre una lengua y otra. Pero no es un tras-pasar palabras de una lengua a otra, como quien tras-pasa, por ejemplo, un negativo. En la traducción hay, además del traspaso, una práctica interpretativa; una retraducción. Ahí se nos manifiesta la pertinencia de la afirmación de Gentile: “Hay traducción, incluso cuando no lo percibimos”. En la traducción se evidencia el proceso a través del cual se da muerte a todos los originales. Cada traducción es una singularidad absoluta y sin embargo, remite a otra singularidad, lo que la hace un desarrollo inacabado siempre. El original nace y muere en el acto mismo de ser nombrado, de ser citado; entonces es traducido, traducido a un con-texto, y así mismo, a un afuera del texto. Implica ya, el mismo, una traducción de algo más profundo, y así sucesivamente. ¿Lenguaje superior?, ¿lenguaje inferior, lenguaje de las superficies, emergente? La traducción actúa sobre diversos planos-superficies y eso implica un inmenso problema; una serie de preguntas que amplían cada vez más el concepto traducción y que, sin embargo, no lo reducen a un universal homogeneizante, por que la traducción es, al mismo tiempo (y reconozco el hegelianismo de ello) diferencia e igualación, repetición de algo que queda como eco, en el horizonte, y que la filosofía no deja de buscar. [3]


[1] Tomado de Nicolás Abbagnano, Historia de la Filosofía, capítulo sobre el idealismo italiano.

[2] Dos pistas fundamentales nos entrega la filosofía de Gentile. La primera de ellas tiene que ver con el rechazo levinasiano hacia Hegel. La filosofía del alemán podría desembocar en esto: Un fascista matando al otro radical en el proceso de identificación-absorsión-reconocimiento. Y la segunda, con la filosofía contemporánea, que, abandonando cualquier posibilidad de “imagen del mundo”, “historia”, “futurología” y “pensamiento de la totalidad”, se esmera en buscar la inclaudicable levedad de lo local, de lo “micro”, de lo “segmentario” y lo “singular”. Sin embargo nadie se pregunta si estos dos modos de proceder frente a Hegel no configuran más que un nuevo absolutismo alterista que ha abandonado completamente la posibilidad de trascender eso que los chilenos llamamos “metro cuadrado”, el espacio individual-subjetivado e individualista.

[3] Lo único que nos queda, entonces, es hacer un uso práctico del término traducción y hablar de traducción en la política (como hizo Gramsci), en la cultura, en los sentimientos. El traducir es un problema real, absolutamente, y tiene tras si, como concepto, unas materialidades demasiado duras, demasiado irreductibles como para ser obviadas. En este sentido, traducción podría perfectamente ser asumido desde una práctica, pero ahora materialista, una práctica como la que Althusser reivindicaba, y buscaba, por su puesto materialmente.

lunes, 21 de julio de 2008

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